Durante los últimos cincuenta años hemos excedido la tasa de consumo de recursos naturales en función a la capacidad planetaria de restaurarlos. Es un problema que no creó esta generación de seres humanos, aunque sí lo hemos acelerado. En ese mismo lapso se ha emitido el 75% de todas las emisiones de carbono antropogénicas en la atmósfera, esto es, provocadas por el quehacer humano. Existen soluciones tecnológicas, políticas, económicas, financieras, sociológicas y ecológicas para detener la voraz degradación del ecosistema natural de la Tierra. También se podrían crear incentivos para el impulso de tendencias regenerativas de la biota, que es toda la red de vida. Continúa haciendo falta un punto de inflexión a partir del cual veamos a la humanidad florecer, junto con otras formas de vida, dentro de los límites geo-bioquímicos del planeta.
El problema no se puede reducir a emisiones de carbono. Es entendible que resolver la fuente de energía que ha impulsado a la humanidad por 150 años le daría un respiro a la biósfera. Que un millón de personas mueran cada año por males respiratorios producto de la contaminación atmosférica es un daño del que somos cómplices los consumidores de combustibles fósiles. El problema es inherente al paradigma de desarrollo económico occidental y se origina en la forma en la que se producen los alimentos que consume el grueso de la humanidad. La agricultura, domesticada desde hace diez mil años, dejó de ser una manera de coexistir con la naturaleza para convertirse en un mecanismo de extracción de valor para la satisfacción presente, aunque implique un costo futuro. Esa mentalidad no corresponde con una especie que se denomina a sí misma inteligente.
Más aún, hay una desproporcionada inequidad en la responsabilidad del problema y en la vulnerabilidad de las consecuencias. El uno por ciento más privilegiado (en términos económicos) de la humanidad consume el doble de recursos naturales que consume el 50% más vulnerable (también desde la óptica económica). Pero los impactos más severos de las crisis climáticas impactan primero e impactan de manera más profunda a esa mitad más vulnerable.
Hay una desproporcionada inequidad en la responsabilidad del problema y en la vulnerabilidad de las consecuencias.
Inteligencia es la sensibilidad, armonía e ingenio con las que se diseñan los procesos de producción de alimentos de manera que representen la menor resistencia posible o, mejor aún, que tengan un efecto regenerativo en el entorno. La regeneración de ecosistemas puede incorporar el pensamiento estratégico en el diseño de escenarios futuros. Hoy la exigencia económica sobre la naturaleza procura alimentar a 7800 millones de seres humanos diariamente. Un tercio de la humanidad ni siquiera cuenta con la capacidad de ingerir alimentos saludables y nutritivos tres veces al día. El desafío que la humanidad afronta es cómo alimentar a 9000 millones de personas al año 2050. Para quien se enfoca en el disfrute presente y la gratificación instantánea que ofrece la tecnología, le parecería faltar mucho tiempo para tal escenario. Bastaría comprender que los pandemials – personas nacidas desde 2017 – recién habrán cumplido 30 años cuando tengan que vivir en ese mundo hacinado, con muchos menos recursos naturales disponibles, con temperaturas globales más altas, con menos predictibilidad de patrones de lluvias y disponibilidad de mantos acuíferos, con altísimas presiones sobre la gobernanza y sobre muchas formas de vida en las que depende la polinización para la agricultura.
De ahí que el diseño de un mundo en el que las soluciones socioeconómicas estén basadas en la naturaleza y tengan como consecuencia la regeneración de ecosistemas degradados durante los últimos 200 años, requiera, con carácter urgente e indispensable, forjar un consenso de actores que converjan en una agenda política local, nacional y global. Es tentador pensar que la incertidumbre y la vulnerabilidad en la que nos encontramos en la pandemia tiene a toda la humanidad en el mismo barco. Lo cierto es que la escasez, la volatilidad y la determinación de la condición socioeconómica de las diferentes personas en sus diferentes comunidades revela que estamos todas las personas en el mismo océano, pero no en el mismo barco. Subirnos todas abordo es el propósito del consenso para la regeneración.
Buenos días don Alvaro. Agradezco personalmente su enfoque, con el que concuerdo enteramente. Sabiendo que el asunto es tan estructural, ¿Qué acciones serían efectivas desde mi plataforma como ciudadano?